domingo, 31 de octubre de 2010

Nuevas vacunas para Malaria, TB y SIDA?

El siglo XX ha sido el de los antibióticos; éste será el de las vacunas. Ciro de Quadros, vicepresidente ejecutivo del Instituto de Vacunas Albert B. Sabin, en Washington, ha recibido el Premio Carlos IV de la Real Academia Nacional de Medicina, y ha comentado a Diario Médico que en los últimos 25 años el gran avance en las vacunas en todos los países ha sido la incorporación de las nuevas inmunizaciones, "con la gran diferencia de que en los países occidentales ha sido casi inmediata, mientras que en subdesarrollados se está tardando en incorporar".
Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos es que esa diferencia se está agravando, puesto que las nuevas vacunas son cada vez más caras. "Hay una brecha en la equidad".
Entre las nuevas vacunas están las próximas, que para De Quadros son la de la malaria, la de la tuberculosis y la del sida; "lo que les falta es que avance la tecnología. Estamos en buen camino, pero son microorganismos muy complicados. Tanto con la tuberculosis como con el sida se trata de agentes causantes inteligentes que atacan directamente al sistema inmunitario".
Aunque las cuestiones tecnológicas son las que están frenando la obtención final de estas vacunas, la situación económica también es una complicación. "Es más difícil aunar los intereses financieros que los científicos. Si se tienen los recursos suficientes, pueden participar en el desarrollo varios científicos, que es lo que ocurrió cuando se trabajó en la vacuna de la polio".
Para resolver las desigualdades en la implantación de las vacunas, De Quadros ofrece una solución que se sostiene en cuatro puntos. En el primero está la implicación de los gobiernos de los países en vías de desarrollo. "Estos gobiernos no se pueden convertir en meros receptores de las ayudas, sino que tienen que manejar sus presupuestos de forma que puedan dirigirse hacia la búsqueda de soluciones".
Para mejorar este aspecto, el Instituto de Vacunas Albert B. Sabin ha puesto en marcha un programa de educación en quince países de la alianza GAVI para trabajar no sólo con los ministerios de Sanidad de esos países sino también con los de Economía y los parlamentos. "Así, podemos implicar a las partes interesadas que tienen que tomar decisiones". En este programa también participa la Fundación Bill y Melinda Gates.
La industria farmacéutica que trabaja en vacunas debe tener un protagonismo notable en el concepto de disminución de los costes; aún más de lo que están haciendo. Por ejemplo, tanto para GAVI como para Unicef bajan los precios de las vacunas, pero no lo suficiente. "La alianza entre el sector público y el privado es muy importante". Asimismo, los países desarrollados deberían tener la obligación de hacer más contribuciones y colaborar con los países en vías de desarrollo.
El cuarto punto está en la industria farmacéutica de los países emergentes, como India o Brasil. Si consiguen producir vacunas, el coste bajará. De hecho, un instituto indio ha llevado a cabo un proyecto con la vacuna de la meningitis A en el sur del Sáhara. "Se necesitaba una vacuna para unos países con unas determinadas características cuyo coste no superará los cincuenta centavos de dólar y han conseguido una por menos de cuarenta centavos. Por eso, la participación de estos países es necesaria".
Logros conseguidos
Pero no todo es futuro; en los últimos años se han conseguido varios éxitos, como el obtenido con la vacuna del Haemophilus tipo b y con la del virus de la hepatitis B. Gracias a la alianza GAVI y a otras organizaciones no gubernamentales se ha podido introducir estas dos vacunas en unos 75 países pobres, con menos de mil dólares de PIB al año.
Estos programas no se libran de los efectos de la crisis, que ha provocado una disminución de la provisión de los recursos, lo que retrasa la introducción de las nuevas vacunas, como la del neumococo, rotavirus y VPH. "El coste sanitario de esta situación se traduce en un millón de muertos, que son los niños sin vacunar que fallecen al año por rotavirus o neumonía. La sociedad no se puede quedar sin hacer nada, son muertes prevenibles".
Nota: Tomado de DM.

martes, 5 de octubre de 2010

Nobel de Medicina 2010

En plena década de 1950, el biólogo británico Robert Edwards estaba convencido de que la fecundación in vitro podría ser útil para tratar la infertilidad. Con este objetivo trabajó sistemáticamente hasta dar con las claves de la fecundación humana y completar el primer nacimiento que arrancó en una placa de cultivo, lo que en todo el mundo se conoció como un bebé probeta, e hizo posible que hoy haya unos cuatro millones de nacimientos.
Hasta llegar a ese momento, Edwards recorrió un largo periplo. Otros científicos ya habían demostrado que los óvulos de ratones podían fecundarse en una placa de cultivo al añadir el esperma, para después implantar el embrión en las hembras y derivar en una gestación y nacimiento; el biólogo quería probar que esto podía trasladarse a los seres humanos.
Puesto que los ciclos humanos diferían mucho de los de los conejos, la investigación de Edwards desveló una serie de importantes descubrimientos: por un lado, clarificó cómo se producía la maduración de los óvulos, qué hormonas la regulaban y cuál era el momento en que las células sexuales femeninas podían ser fecundadas con las masculinas. También determinó las condiciones por las que el esperma activaba su capacidad de fecundación. En 1969 sus esfuerzos se vieron recompensados al lograr fecundar un óvulo humano en un tubo de ensayo.
A pesar de ese éxito, había aún flecos que resolver en la técnica: el óvulo fecundado no se desarrollaba a partir de la única división celular que se conseguía en el laboratorio. Edwards sospechaba que los óvulos que habían madurado en los ovarios antes de ser extraídos para aplicarles la FIV funcionarían mejor, así que estudió posibles vías para obtenerlos de forma segura. Así es como Edwards entró en contacto con el ginecólogo Patrick Steptoe, que era uno de los pioneros en la laparoscopia, entonces una técnica novedosa y controvertida que permitía la observación directa de los ovarios. Steptoe se sirvió de esta técnica para extraer los óvulos y Edwards llevaba a cabo las fecundaciones en placas de cultivo. Los óvulos fecundados, ahora sí, se dividían varias veces y formaban blastómeros de ocho células.
Los trabajos de Edwards y Steptoe también resultaron controvertidos en sus inicios; de hecho, sus primeros resultados, aunque prometedores, no recibieron apoyo financiero del Medical Research Council (el Ministerio de Sanidad británico). No obstante, sí hallaron el apoyo privado. La investigación se cuestionó por sus implicaciones éticas, un debate que inició el propio Edwards. Varios líderes religiosos, éticos y científicos pidieron que el proyecto se detuviera, mientras que otros lo apoyaron.
Los trabajos siguieron gracias a la donación privada. Los científicos pudieron determinar a partir del análisis de los niveles hormonales de un determinado paciente cuál era el mejor momento para aplicar la FIV y de esta forma maximizaron las posibilidades de éxito. En 1978, Lesley y John Brown acudieron a Edwards y Steptoe tras nueve años de intentos fallidos para tener hijos. Esta pareja entró así en la historia de la ciencia. El empleo de la FIV hizo posible el nacimiento, por cesárea y tras un embarazo a término, de una niña sana llamada Louise. Era el 25 de julio de 1978 y con esta pequeña nacía también una nueva era en la medicina reproductiva.
Edwards y Steptoe establecieron la Clínica Bourn Hall, en Cambridge, el primer centro de FIV del mundo. El ginecólogo fue su director médico hasta su muerte, en 1988, y Edwards se encargó de la investigación hasta que se retiró. Especialistas de todos los países se han formado en esta clínica, donde se continúa investigando en la optimización de las técnicas reproductivas.
Seis años después del nacimiento de Louise Brown, la primera niña probeta del mundo, nacía, el 12 de julio de 1984, Victoria Anna, el primer bebé español concebido mediante fecundación in vitro. Lo que actualmente es casi una metodología usual entre las parejas que no pueden concebir hijos por vía natural, constituía entonces una especie de inmersión hacia lo desconocido pero que, sin embargo, inauguró una era para el ámbito de la reproducción. El pasado 12 de julio, la primera española que venía al mundo mediante esta tecnología cumplía 25 años. En el acto en el que se celebraba dicho acontecimiento, Victoria Anna, licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas, agradecía a Pedro Barri y a Anna Veiga, del Instituto Universitario Dexeus, de Barcelona, y líderes del proceso en el que participaron más de quince especialistas, la labor que realizaron, además de manifestar "sentirse muy orgullosa de representar este logro científico".
Tomado de Diario Médico.